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Inserción fallida: Comando colombiano perdido en la selva

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La incansable búsqueda de Andrés Felipe Mejía. ¿Su última imagen? Un punto negro colgando de un helicóptero sobre la selva

El 4 de mayo de 2014, el joven integrante de un comando de élite de la Fiscalía colombiana encabezó una misión para capturar a un jefe de las FARC. Nunca más se supo nada de él. Infobae reconstruyó la historia junto a su familia que sigue esperando su regreso a casa
Por David Arango
Desde Bogotá, Colombia
Infobae



Andrés Felipe Mejía (Archivo Familia Mejía)

–Esta es la última fotografía que tengo de Andrés Felipe.

Álvaro Mejía saca su teléfono celular y muestra la imagen de su hijo, un joven de uniforme negro, que mira hacia la cámara con una sonrisa adusta apoyado contra una mesa derruida. A su lado izquierdo se puede ver su morral y fusil de dotación.

Con su pulgar, Álvaro Mejía busca otras imágenes y en la pantalla aparece un fotograma captado por un avión militar Fantasma, estas sí son las últimas fotografías captadas de su hijo. La fecha es 4 de mayo de 2014, cinco días antes de su cumpleaños número 27.

En ellas se aprecia la silueta de un helicóptero Black Hawk del cual se desprende un cable de acero de 40 metros de largo que remata en un punto negro, casi imperceptible, y que contrasta con el fondo gris que es la zona en la que el joven desapareció. Ese manto gris es la entrada al Parque Nacional Chiribiquete, el cual comprende casi tres millones de hectáreas de selva virgen ubicadas al sur de Colombia entre los departamentos de Guaviare y Caquetá. Un lugar inaccesible en el que la guerrilla de las FARC se refugiaba de los ataques del Ejército.


Y ese punto negro que cuelga de la cuerda es Andrés Felipe, quien llevaba consigo la orden de captura de quien fue uno de los jefes guerrilleros más buscados de Colombia, Julián Gallo, alias Carlos Antonio Lozada.

La imagen es parte del registro de una operación militar realizada en la madrugada del 4 de mayo. Un día después se declaró la desaparición de Andrés Felipe. Ese día el era parte del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI), un grupo élite de la Fiscalía General de la Nación de Colombia, que se encargaría de identificar y arrestar a Lozada. Junto a ellos estaban las fuerzas especiales del Ejército de Colombia, helicópteros artillados y vigilancia proporcionada por EE.UU.

–Lo que nos dijeron fue que él debía descender por el cable y esperar entre la selva para reunirse con el Ejército, pero en la bajada el cable del que colgaba se enredó en un árbol. El piloto hace unas maniobras para soltarlo, no lo logra y debido a la necesidad de ahorrar combustible, deciden irse de la zona con mi hijo colgando del cable…

Álvaro Mejía detiene su relato. Se imagina por un momento lo que significa estar en medio del caos de un combate, las balas y el bombardeo previo al descenso. Se pasa una mano por la cabeza.

–Al parecer, la cuerda se rompió o fue cortada en algún punto entre el lugar del combate y en el que el helicóptero aterrizó. No se sabe qué más pasó con él ni dónde cayó o si fue secuestrado por las FARC. Yo lo único que pido es que me respondan, ¿qué pasó con mi hijo?

Repite la pregunta varias veces. Afirma que aunque se hicieron dos operaciones de búsqueda en la zona y se reconstruyeron los hechos, el Estado colombiano no ha dado con el paradero de su hijo ni tampoco le ha dado una versión oficial de los hechos.

Álvaro Mejía acerca a su rostro a la pantalla de su celular y busca la figura de su hijo en ese punto negro de bits que se difuminan.


La última imagen de Andrés Felipe Mejía es ese punto negro que cuelga del cable de un helicóptero Black Hawk sobre la selva colombiana (archivo Famiia Mejía)
***

Dos días después de la desaparición de Andrés Felipe, agentes del CTI y Ejército se internaron en la selva para ubicarlo. En esa operación que se conoció como Alfa–Faro, se requisaron al menos 27 millones de kilómetros cuadrados del Parque Nacional Chiribiquete, pero lo único que se encontró fue su fusil.

Un año después, en 2015, un grupo de mil uniformados del Ejército y la Fiscalía volvieron a este lugar y recorrieron un sector más amplió del parque. Ellos registraron a través de una cuadrícula la zona y recibieron apoyo aéreo en el caso de que las FARC los atacaran. En esa última búsqueda participó Martín Sanabria, compañero de trabajo del CTI y amigo entrañable de Andrés.

–Todos los días me levanto pensando en él. Alguna vez hablamos de lo que nos podía pasar en el trabajo, de que podíamos morir. No me equivoco al decir que él también aceptaba lo malo que pudiera pasarle, porque esto es lo que nos gusta hacer, para este trabajo se nace y punto.

Ambos se conocieron en el curso de detectives del extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), del cual fueron trasladados al CTI de la Fiscalía General de la Nación de Colombia. Allí participaron en allanamientos, abriendo puertas y portando las órdenes de captura de narcotraficantes y otros delincuentes.

Además, alternaron su trabajo con el estudio de las leyes Hoy, cuatro años después de la desaparición de su amigo, Martín ya es abogado. Su título de pregrado adorna la sala de la casa junto a las fotografías de su familia.

–¿Por qué no lo encontraron? –le pregunto.
–Porque es una zona muy complicada, el terreno es difícil de recorrer, la selva es muy tupida, es fácil perderse, a eso de las cinco de la tarde la oscuridad es total y llueve todos los días. Yo solo sé que es muy difícil sobrevivir en esa zona y que si el cayó sobre esos árboles es posible que haya resultado herido. ¿Cómo sobrevive uno en esa selva? No soy negativo, yo solo quiero que esta incertidumbre termine para todos –responde, Martín.
En efecto, desde Google Maps la zona parece una mancha inexorable.

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–Todos los del grupo del CTI nos fuimos con la esperanza de encontrar al 'Flaco', como le decíamos a él. Buscamos a un compañero entre los árboles caídos, bajo esas raíces inmensas, en los ríos de esa selva. Solo queríamos encontrar a un amigo y no lo encontramos. ¿Qué más podemos hacer?
Sanabria se mira las manos y comienza a recordar los buenos momentos que pasó junto a Andrés Felipe, los viajes que emprendieron, las conversaciones en plena clase en la universidad y las veces que fueron sacados del salón por los profesores. También, recuerda la última vez que hablaron. Ese día era la celebración del nacimiento de su hijo, Andrés ya estaba en la Base Militar de Apiay, en Villavicencio, en el departamento del Meta. Hablaron poco tiempo y Sanabria prometió devolverle la llamada, pero se ocupó en el evento y olvidó llamarlo. Al día siguiente se enteró de la desaparición.

–Sabe, es algo extraño, pero en tantos años de amistad solo tenemos una fotografía juntos.

Saca su celular y la muestra. Andrés Felipe aparece con gafas negras y una gorra. Están en alguna parte del río Catatumbo, en el departamento de Norte de Santander, en la frontera con Venezuela.


(Archivo Martín Sanabria)

Sanabria la mira y se emociona. Dice que su amigo es la persona indicada para ese trabajo.

–En la academia nos repetían que la inteligencia es tan sucia, que solo los limpios pueden trabajar en ella. Ese es Andrés Felipe.

***

La casa de la familia Mejía es amplía y sencilla. No hay un solo lugar que no haya pasado antes por las manos de Álvaro Mejía: las escaleras las soldó e instaló él mismo, las puertas las hizo en el taller en el que trabaja entre semana. A sus 56 años, opera un torno de acero en el que le da forma a tornillos y piezas de maquinaria.

Por eso, cuando alguien camina por los pasillos, él habla de los pasamanos que faltan por lijar o señala las rejas que aún no ha emparejado. Al fondo, en el último cuarto, se encuentra una habitación que huele a metal y en la que reposa una caja que alberga sus implementos de trabajo. La cierra molesto cuando se da cuenta que su hijo menor, Juan Camilo, le ha sacado un taladro sin su permiso.

Se levanta y pide disculpas por el desorden. El rostro le cambia cuando sube las escaleras e ingresa a la habitación más grande de la casa, la que los Mejía han dejado para Andrés Felipe. Allí reposan una cama y un mueble para el televisor. Hay dos cervezas, un ángel de cerámica y los carros de juguete con los que juegan los sobrinos de 3 y 2 años que Andrés Felipe aún no conoce y que cada tanto gritan para llamar la atención de su abuelo.

Al fondo, en otra habitación, la hermana de Andrés Felipe, Ximena Mejía, se peina el cabello sobre la cama. El hermano menor sube y baja las escaleras buscando unas llaves. Parece una familia normal. Sin embargo, todos hablan del hermano e hijo desaparecido en presente, nunca en pasado. Por eso, Blanca Ruby López, la madre de Andrés Felipe, asevera que nunca lo van a olvidar.

Sentada en la sala de la casa, mientras observa una vela que ilumina una fotografía de toda la familia, dice que siente que él está vivo, que una mamá sabe cuando un hijo ha fallecido y que este no es el caso.
–Antes de comer me preguntó si él ya lo hizo, ¿será que estará bien?

Una vez que esta desaparición fue noticia, Álvaro Mejía se convirtió en el vocero de la familia ante los medios de comunicación. Fue él quien dio las primeras declaraciones a periódicos nacionales en las que les exigió a las FARC que lo liberaran si lo tenían secuestrado. Las fotos de Andrés Felipe aparecieron en notas de prensa en las que el CTI afirmaba que estaría vivo y ofreció una recompensa de 50 millones de pesos (16.000 dólares) para quien revelara su paradero. Después se publicaron cartas en las que su familia le daba ánimo. "Usted va a salir de esta encrucijada más pronto de lo que imaginamos", se lee en una de ellas con fecha del 7 de diciembre de 2014. Más tarde, en agosto de 2015, el propio Carlos Lozada afirmó que las FARC no lo tenían secuestrado.

"Como padre, no soy ajeno al dolor y la angustia que usted y doña Blanca Ruby están padeciendo; por lo cual le pido acepte mis sentimiento de solidaridad", escribió el jefe guerrillero.


(fotos: David Arango)

Álvaro siguió presionando. Apareció en un programa de televisión junto al Comandante General del Ejército colombiano, Alberto José Mejía, y el exdirector del CTI, Daniel Quintana y pidió una cita con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, que nunca se dio. Desde entonces, no se ha dado por vencido: creó un grupo en Facebook que cuenta con más de 2000 miembros y en el que se comparten mensajes de apoyo entre familiares y amigos, y periódicamente habla en un programa de radio que documenta los secuestros en Colombia.

Siempre reitera que poco o nada se ha sabido desde la desaparición de Andrés Felipe, en mayo 5 de 2014.

–Nos hemos quedado como en el principio y eso que estuvimos en la zona en la que se perdió, ¿se acuerda? –le pregunta Álvaro Mejía, sentado en la sala de su casa, a Blanca Ruby.
–Esa selva era horrible –le responde ella– yo solo quería gritar.

Días después de conocerse la noticia ambos viajaron junto a un grupo de generales y fiscales a la zona en la que desapareció Andrés Felipe. El boquete abierto entre la selva por el bombardeo del operativo sirvió de helipuerto por el que ingresaron al Chiribiquete. Ese día caminaron algunos metros por la selva que les pareció un lugar de pesadilla: los árboles de más de 30 metros de alto, la humedad y los animales salvajes que acechan desde la manigua.

En el corto recorrido los acompañó un militar que les mostró las plantas que dan alimento y agua en la selva. Les habló de los jejenes que lo cubren todo y que imposibilitan orientarse, de los animales salvajes y las serpientes.
Ellos preguntaron si era posible sobrevivir a una caída desde 60 metros de alto entre ese bosque espeso, les respondieron que sí, que las ramas de los árboles podrían haber amortiguado la caída de Andrés Felipe.
–Desde el primer momento que supimos que él iba para el Guaviare tuve un mal presentimiento. El domingo, el día anterior al operativo, hablé con mi hijo y lo escuché como cabizbajo. Supongo que él presentía lo que iba a pasar –recuerda Blanca Ruby.

A ella se le quiebra la voz y mira a Álvaro a los ojos. Desde el segundo piso de la casa llegan los ruidos de los dos nietos que se persiguen y gritan.

***

En los cuatro años en los que Andrés Felipe no ha estado con su familia se firmó un proceso de paz con las FARC. Carlos Lozada, el comandante guerrillero que él buscó en las selvas del Guaviare, dejó las armas y se postuló a un cargo en el Congreso de la República de Colombia, en el marco del acuerdo de paz que les permite a los guerrilleros participar en política mientras cumplen con la justicia transicional.

Lozada también trabajó junto a miembros del Ejército en el cierre del conflicto armado con las FARC y fue clave para la movilización de los miembros de esa guerrilla a zonas en las que luego dejarían las armas. Por esas razones para Álvaro Mejía, la operación en la que participó Andrés Felipe es un despropósito.

–Si en 2014 ya estaban dialogando el Gobierno y las Farc, ¿por qué perseguían a Lozada si después iría para Cuba? ¿No será el caso de mi hijo es una excusa para él se hubiera fugado?
El 31 de octubre de 2016, con más preguntas que respuestas, Álvaro Mejía se reunió con Carlos Lozada, quien le aseguró por segunda vez que Andrés Felipe no estaba secuestrado por esa guerrilla. De ese encuentro surgió la idea de hacer una búsqueda entre el Ejército y las Farc, que nunca se dio.

Hoy, ante la falta de respuestas, los Mejía han adelantado un proceso judicial para poder conocer qué pasó con su hijo. Nury López, la abogada que los representa, afirma que es posible que se hayan producido errores en la operación militar y que la Fiscalía debe investigar el caso a fondo.

En efecto, la información que se filtró en medios de comunicación sostenía como probable el hecho de que Andrés Felipe hubiera cortado la cuerda. Sin embargo, Álvaro Mejía afirma que él no llevaba su cuchillo y que solo portaba una navaja. Él muestra el cuchillo de fabricación estadounidense que su hijo no se llevó. Lo sostiene en ambas manos y lo enseña para que pueda ser fotografiado.



Cerca de la entrada de la casa, ubicada en una pared de la sala hay una placa que les entregó la Fiscalía General de la Nación, en ella se puede leer: siempre has sido y serás un guerrero.

Álvaro la descuelga y se la pone entre los brazos se pone firme para que le tome una foto. La cámara hace clic, clic.
Luego dirá que su trabajo durante estos cuatro años ha sido el de tener la fortaleza necesaria para mantener unida a su familia y que Andrés Felipe regresará. Esto solo es una gran prueba para todos.
–Pero sabe, yo a veces me pregunto, –reflexiona Álvaro–, que no sé dónde he sacado tanta fuerza para seguir adelante.


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